Necesidad de Orfeo, de Mª Teresa de Vega

Necesidad de Orfeo de María Teresa de Vega
Pixabay License

[Artículo aparecido originalmente en el suplemento literario El Perseguidor, de Diario de Avisos, el domingo 3 de enero de 2016]

 

 

Acaba de publicarse un nuevo poemario de María Teresa de Vega: Necesidad de Orfeo. Viene a añadirse a su obra como culminación de una trayectoria iniciada con Perdonen que hoy no esté jovial (2001), y continuada en los libros Cerca de lo lejano (2006) y Mar cifrado (2009). Culminación, digo, y maduración, porque si bien Necesidad de Orfeo prolonga ciertas características visibles en sus anteriores entregas, la autora ha sabido construir una pieza armónica, vertebrada en torno al mito de Orfeo, y que fluye con una coherencia interna mayor a la de poemarios precedentes.

 

Quisiera apuntar dos coordenadas que ayuden a situar la poética de María Teresa de Vega. En primer lugar, nuestra autora trabaja denodadamente en una creación que tiene como fundamento la idea de lo sublime, esa elevación del alma mediante el lenguaje que, como refería Longino, conduce «no a la persuasión sino al éxtasis» (Sobre lo sublime). No condesciende María Teresa de Vega ni con la trivialidad ni con lo anodino. Su búsqueda explora otros cauces, de superior fecundidad y hálito reflexivo. He aquí la segunda coordenada que delimitaría o ayudaría a cercar su praxis escritural: en un reciente ensayo, incluido en La baba del caracol, la poeta y filósofa Chantal Maillard refería tres clases de miradas poéticas, o de modos de enfrentarse a la realidad desde lo poético. Si no me equivoco, María Teresa de Vega se adscribiría, de forma natural, a la primera de las maneras que menciona Maillard: la poesía de la revelación y el descubrimiento, un modo de conocimiento del enigma del mundo, una aproximación a la cifras que lo pueblan y su plasmación en signos que aspiran a lo memorable. Natural es, también, su engarce con poéticas que descienden del romanticismo europeo, con su amado Hölderlin a la cabeza.

 

Necesidad de Orfeo de María Teresa de Vega

 

La recuperación del mito de Orfeo se efectúa a manera de contraposición: su figura como redención del mundo, de los avatares y heridas del tiempo, como búsqueda de ser-uno-con-el-mundo-contemplado. Orfeo también como argonauta y guía, como escudo frente al terrible embeleso del canto de las sirenas, espíritu en transición entre lo dionisíaco y lo apolíneo.

 

El libro se divide en tres secciones: Grímpola negra, La llegada del dueño y Música acuática. La primera parte se abre con un diálogo entre la mujer y el pájaro, pequeño Orfeo redivivo en su vuelo incesante. En dicho diálogo se perfila una vindicación del canto, una reflexión sobre la dialéctica del instante y el devenir, y un afán de sincronía con la respiración natural del árbol, respiración que es entendimiento y goce a un tiempo. En su puro habitar presente, el pájaro ignora su condición mortal, aunque pueda intuirla de modo lejano. El poema que abre la segunda sección, Señales, parte de la consideración del pájaro como emisario de la armonía que no repudia el orden que le ha sido asignado, como sí hace el ser humano. No vive en íntima contradicción consigo mismo. Luego el sujeto poético declara su voluntad de ascender en el canto de Orfeo, ya sea bajo la especie de llama o de humo. Y, desde ese punto inicial de cavilación, el poema empieza a enumerar el desgaste, ciertos conflictos ínclitos a la labor del tiempo: la muerte dada en nombre de la divinidad o el asesinato de Eva, símbolo de la mujer en esa primera muerte. Al final, parece acercarse Orfeo y su advenimiento aquieta el corazón del mundo.

 

En el segundo poema de La llegada del dueño, que lleva por título A Orfeo, leemos el pilar que fundamenta la inclusión del personaje mitológico en el flujo del libro (y que conectaremos con vestigios diseminados en otros textos). Se trata de la enunciación de su necesidad, de su efigie como garante de la belleza, la superación de la condición mortal del ser, no por encuentro de una trascendencia ulterior, sino por la vía de una comunión que domeñe la cicatriz sangrante de la memoria, el padecimiento de la pérdida, revirtiendo el sino hacia el júbilo y el instante colmado de dicha que, bajo el prisma del canto, se transmuta en presente -cual Orfeo que es capaz de enternecer el corazón mismo de Hades con su música-. Para que vivamos, como dice en unos versos: «siempre seducidos por el mundo, que no tiene límites, / ni límites su capacidad de seducción». Porque se dirige a Orfeo con ansia: «Si por un azar fueras tú, / que reparas las heridas, que con tu canto duermes la memoria / de lo que nos es inexplicable, / la memoria del engaño / que amamanta la carne que vestimos». Asimismo, en los tres poemas que componen Vivencia de la totalidad se insinúa el eterno retorno del instante y la rueda del ser: la transfiguración de las cosas, que convierte una pluma en arena, en un grano más del tiempo.

 

De la última sección rescatemos el poema Mujer y el amor, donde habla del amor a la belleza y a las palabras. Y se pregunta sobre esta querencia nuestra: «¿La brevedad de nuestra vida exige / esta petición, este absoluto, este panal / que esperamos?».

 

Estás frente a la ventana y ves volar un pájaro entre las ramas. Fabrica su nido. A mediodía, escuchas su canto diminuto. La exaltación de ese canto es una manera de hacer habitable el mundo, de percibir su cadencia y formar parte de su vasta corriente. Esa experiencia instaura una particular mirada poética.